lunes, 14 de septiembre de 2009

Vuelta a los viejos tiempos...
Este verano en lugar de hacer un viaje por países exóticos, playas cálidas, u otros destinos, nos hemos ido AL PUEBLO, la mayoría de la gente siempre tiene un pueblo donde ir, o donde pasar unos días para cambiar de aires, en lugar de quedarse en casa.
Me acuerdo cuando era pequeña y todo el mundo se iba a su pueblo con sus abuelos, menos yo, que nunca he tenido ningún pueblo a donde ir, es lo que ocurre cuando padres y abuelos son de la ciudad.

La verdad es que el verano se hacía largo, porque el barrio se quedaba desierto y quedaba poca gente con la que poder jugar. Yo tenía que esperar a que dieran las vacaciones a mis padres para irnos a la playa, destino típico de los 80 y 90.

Pero este año con eso de la crisis, y aunque la mayoría de la gente de mi alrededor no se ha visto afectada por ello porque siguen teniendo el mismo trabajo, tenemos todos en la conciencia la prohibición a derrochar, y ha dado lugar a que el famoso pueblo se haya visto lleno de gente.
He de confesar que el pueblo al que he ido es el de mi pareja, pues como he dicho antes yo no tengo ninguno.

Supongo que antiguamente la mayoría de las vacaciones de muchos de los que se iban al pueblo serían así, la gente de vuelta al pueblo, a saludar a viejos amigos que solo se ven con la llegada estival.

Yo me sentía como si estuviera en verano azul, cogíamos la bicicleta, paseábamos por los caminos, aunque desgraciadamente el pueblo no tiene playa, sino no diríamos que vamos a al pueblo, diríamos que vamos a la playa.

Los días eran tranquilos, aunque todos los días teníamos cosas que hacer, planeadas para todas las horas, te daba la sensación de estar en otra dimensión donde todo sigue otro ritmo.
Un ritmo que desgraciadamente se pierde en cuanto vuelves a casa. Pero mientras estás allí, te da la sensación de que todo queda lejos, que los problemas no tienen sentido, y que si puedes respirar profundamente y mirar al cielo por la noche, para qué quieres más.
Ha sido una buena cura de espíritu, donde la risa y la cerveza nos seguían a cada paso.